viernes, 30 de enero de 2015

"El Bandoneón", en el sainete

Los primeros tiempos del tango


Representación de 1908 del sainete Marco Severi, de Roberto J. Payró representado en el Teatro Rivadavia. Foto: Caras y Caretas

El sainete ocupo un período en el teatro nacional, en los comienzos del siglo XX, que gozó de amplia repercusión popular. La forma teatral era de antigua data en Europa, recurriendo al humor, de carácter breve, generalmente de un acto. Reflejó el cambio social que vivía el país donde la población de inmigrantes llegaba a equiparar la de los nativos. Los autores teatrales convertían vivencias de la cotidianeidad, de las costumbres, de la vida en los conventillos dando marco al conflicto sentimental y a algún aspecto dramático. En representaciones con personajes fácilmente identificables y recurriendo a las variantes idiomáticas de una coexistencia de nativos, descendientes de españoles, gauchos y negros, como del cocoliche, la forma que adquiriría de comunicarse de los primeros italianos. Esas representaciones teatrales resultaron una manera popular de puesta operística del punto de vista que confluían, en las funciones, orquestas en vivo, actuaciones, cantantes, estreno de obras, la mayoría de las veces en coincidencia con el título de la pieza, coreografías y escenografías elaboradas a los fines de revivir no solo la sociedad de entonces sino para darle cabida a sus vivencias y a una mirada mordaz e irónica.

Numerosos autores se dedicaron a escribir obras en forma de sainete, que convivió con el circo criollo, dando lugar a una escuela rioplatense, como Florencio Sánchez, Gregorio de Laferrere, Alberto Vacarezza, Roberto J. Payró, entre otros. José Antonio Saldías (Buenos Aires, 1891-1945; periodista, autor teatral, guionista cinematográfico, letrista de tangos era hijo del político e historiador Adolfo P. Saldías) fue un prolífico autor de esas obras como Noche de garufa, su primer título de 1913, El comité de Loma Verde, Muchachita de Montmartre, Corrientes y Esmeralda, Mimí ha vuelto, entre otros tantos títulos. Del sainete El bandoneón, hemos seleccionado un fragmento que refleja la presencia del tango en el Buenos Aires de las primeras décadas del siglo pasado.

(…)

FINITA – Eso sí, Numa. Con una ilusión en el altillo es otra cosa. Dígame, Numa, el altillo es la cabeza, ¿no?

NUMA - ¡Claro!

FINITA - ¡Qué bien! ¿Eh? Me gusta el símil. Está muy bien… Lo felicito… Muy ingenioso. ¡Qué Numa éste! Hay que ver las cosas que inventa. Poeta al fin. Naturalmente. Le fluyen… ¿eh? (Se oye netamente el gangoseo del bandoneón.)

NUMA - ¡Oigale! (Escucha un instante. Numa, a su espalda, acercándose mucho.) ¿Qué siente, Finita?  (Su aliento resbala por la nuca de ella, que se estremece) ¿No te hace cosquillas?

FINITA - ¡Ay, no sé, Numa! ¡Qué efecto me produce ese fuelle endiablado! Parece que me echaran agua colonia en los ojos. Que me hicieran tajitos con una Gillette en la palma de la mano; y me echaran tintura de yodo. En fin, usted puede imaginarse, Numa. Quedo, después de una audición, con los anteojos en la nuca. Y lo que son las cosas… Le huyo y lo busco. Me hace daño y me gusta: me fascina. No puedo con mi temperamento. (Marcando pasos al mutis). Me ataca, me tira. Me hipnotiza. ¡Cómo me tira!... (Tarareando, hace mutis primera derecha, seguida por Numa).

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MARCIAL – No es pa tanto, vieja. Más penoso sería que me doblara porque veo el éxito. El aplauso, el entusiasmo, lo que sea, no le dará categoría nunca al fuelle. El bandoneón, primo hermano tudesco del acordeón, comenta gangoso como un malevo la crónica del tugurio. No sirve para cantar ingenuamente; tampoco sirve para cantar hazañas. Sus puñaladas son de desesperación: sus historias tienen cocaína y champagne o la desdicha del bacán que espera el dinero de la paica. Cuando la guitarra suena parece que se alborota una nidada de jilgueros. Canta la vidalita con que Lamadrid llevaba a sus gauchos a la pelea. Habla de amores ingenuos; del campo que despierta; de la melancolía de la oración, cuando atropellan sombras y recuerdos; del ingenio de los fogones gauchos.

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CRISPIN – Con Luigín Daverio se íbamo lo do por la ribera co l’arceone… Tucábamo e cantábamo. Luigín me acompañaba, con la mandolina. Ma solamente a la cantina o a lo bodegone. Entonce había mochachos argentinos que tocábamo la guitarra o cantábano la payada. ¿Sabe? Los argentinos no me llevábano lo apunte. Un día yo l’ho dicho a Luigín: ¡Eh, Luigín! ¿Qué te parece que tocábamo también la milonga? Ma la milonga no es italiana, me ha dicho Luigín. E, qué importa. Tampoco nosotros estamos en Italia, caro fratello, ¡eh! Io era un folósafo, ¿sabe? En dié día nosotros tocábamo en la melonga. Fuimo a la rebera. La melonga le gustaba a todo ne lo acordeone. Lloraba, ¿sabe?. Parece que dolía, ¿sabe?. Cantaba tresteza… acareciaba…

BATERIA – Parece que dice un verso el viejo.


CRISPIN – Entonce, yo he pensado que l’acordeone era l’instrumento popolare de la melonga. Cuando ha salido el tango El choclo, Lo indreriane, La catrera, io seguía tocando l’acordeone. Un día vino un petiso, chinite, col pelo duro, la cara hecha a trompicone. Traía n’acordeone cuadrado, per la madona. Hacía lobajo come si foese Dío mesmo. Era lindo, ¿sabe? Le sey dejado mi poesto. Siga osté, amigo. Ho arrinconato l’acordeone, me soy comprado la lancha e ya está. Por eso, figlio mio, yo sé aquello que te digo. Osté siga adelante. No se pare. Osté tiene un gran porvenir. Qué te importa que no sabe música. ¿Tiene oído? ¡E boeno! Come yo… Te silbano na cosa, te queda a l’oreja, la tocase, la hacese la compadrada e ya está. Cuando quiere hacerse un tango lindo, de éxito, me dice a me. Yo te toca al acordeone na canzoneta napoletana, vieca, vieca, que nadie la recuerda. Osté la hace más despacito, tres o cuatro ferulete é es una cosa cregolla. Claro, amigo. La música popolare é melancólica a todo el mundo. E la música a este paese está hecha de requecho, como la raza; la haceme todo, lo tano, lo francese e lo gallegue: Aquí nadie sabe nada, pero se haceme rico. Aquello que sabe algo, protesta porque todo se hace male. Mientrás protesta, pierde el tiempo e los otro atropellamo.