Retrato de Astor Piazzolla
Por Horacio Ferrer
Conozco a
Piazzolla en 1948. Sabía perfectamente de la joven personalidad de Astor músico
audaz y tanguista diferente, ya que lo había seguido desde 1940 con su
bandoneón en la gran orquesta de Aníbal Troilo. Es una época en la que se
presentan muchos jóvenes directores, Domingo Federico, Salgán, Maderna,
Francini-Pontier, Goñi, Basso, Mores. Todos conquistaban sus propios adeptos.
También Astor Piazzolla que ha tenido siempre devotos a ultranza. Como otros
hinchas, escucho entonces a su orquesta por las radios, en películas de cine,
en bailes, aunque mi preferencia es disfrutarla en los cafés de Buenos Aires y
de Montevideo, que son las salas de concierto en las que nada ni nadie nos
perturba la audición.
En el café
Ateneo, disfrutamos de esos arreglos de Astor con sus polirritmias, sus
variaciones osadas y endemoniadamente atractivas. Una noche, cuando ha
concluido una sección, lo encaro cariñosamente:
- Maestro, quiero expresarle nuestra admiración,
en representación de toda una barra de hinchas suyos, que conocemos todo lo que
usted crea, compramos sus discos y hasta lo hemos visto en la película “El
hombre del sábado”. Usted nos hermosea la vida. Muchas gracias, Astor.
Estando
Piazzolla en París, para estudiar con Nadia Boulanger, un amigo porteño me da la dirección de Astor: Hotel Fiat, rue de
la Douai, Montmartre. Le escribo y me contesta y cuando vuelve de regreso su
barco fondea en Montevideo. Viene con su esposa Dedé. Es una noche de chaparrón
en el puerto. Baja del “Coracero”,
vapor de carga en el que viaja, proponiéndome que vayamos a cenar. Le digo que
antes visitaremos un cierto lugar sin decirle de qué se trata. Lo llevo al
sótano de la Guardia Nueva, donde trescientos jóvenes, en su mayoría
estudiantes lo ovacionamos ante su asombro y él nos toca, en bandoneós solo,
sus tangos compuestos y grabados en París, obsequiándonos además sus discos
franceses con obras nuevas.
Por medio
del gran artista Hermenegildo Sabat he ingresado hace dos años al diario El
País, de Montevideo. A raíz de un cierre patronal del diario, me vego a
pasar unos días a Buenos Aires. Llego al nuevo departamento de Piazzolla en
Libertador 1088. El timbre parece no sonar, entonces golpeo la puerta con mi
mano y aparece Astor que, al verme, pasa a contemplarme con unos ojos de
alucinado:
- ¿Qué te ocurre?, le digo
- Es impresionante. Dos astrólogos amigos míos
me han dicho que alguien que golpearía mi puerta iba a cambar completamente y
para bien mi vida. Ando muy mal, pero lo que se dice muy mal, Horacio, me contesta
Asombrado,
mientras él me hace pasar y nos ponemos a charlar, me dice cuánto le ha gustado
mi primer libro de versos Romancero
canyengue y el soneto que le he dedicado-
- ¿De dónde sacaste esa forma de escribir? Es
lo que yo quería encontrar. Lo que yo hago en la música es exactamente lo que
vos hacés en la poesía. Tenemos que trabajar juntos, pero enseguida. Antes de
volverte a Montevideo esbozá algo como lo que les ví a Vinicius, María Creuza, Baden Powell y el cuarteto Emcy en Río de Janeiro, con música, canto, cuentos,
poemas recitados y coro. Hacé eso mismo, pero con tango y Buenos Aires, desafió.
Me puse a
trabajar en el proyecto, y dibujé un “plano” de la obra que fijé con chinches a
la pared para no perderme, y en cincuenta y cuatro días de noviembre y diciembre del ’67, escribí, en
mi vieja Underwood, a razón de un cuadro cada tres días, los dieciocho cuadros
originales en verso de “María de Buenos Aires” con sugerencias de ideas, de
puesta en escena y de climas e instrumentación tomadas de la propia música de
Astor de esa época, mediados de los sesenta Buenos Aires. El título, “María de Buenos Aires”, se nos ocurre nadando juntos en la playa de Carrasco
en esa semana. Es diciembre de 1967. Son horas de plenitud.
Un mes
después, durante el verano de 1968 que pasamos juntos en el chalet “El remanso” que mis padres tenían al
este de Montevideo, Astor hace buena parte de la música de María. La compone con mi bandoneón Doble A, que luego, con placer,
le regalé, porque le
Antes del
estreno me advirtió:
- Hasta ahora me han pegado y criticado a mí.
Ahora, desde María, que me van a dejar descansar y te van a pegar a vos.
Recuerdo
otras cosas de Astor. Le gustaba disfrazarse y ponerse máscaras. Era un
muchacho, toda la vida tuvo alma joven, que equilibraba con un humor muy
gracioso, a veces cruel y siempre desesperado, una angustia que lo lanzaba a la
calle o al trabajo empujándolo a ser rápido, expeditivo y terminante. Es
revelador esta anécdota un poco cómica. Cierto mediodía preparando yo el mate
estaba él casi subido a mis espaldas y protestaba:
- ¿No podés hacerlo más rápido?
Y le repuse
- Deberías agarrar un puñado de yerba del
paquete con una mano, metértelo en la boca y con la pava en la otra mano,
echarte un chorro de agua caliente…
Desde mi
ventana veo su busto, en la explanada del Centro Cultural Recoleta, puesto allí
por el amor de su esposa Laura. A cien metros de su busto está la casita donde
soñamos juntos y escribimos tanto.
Buenos
Aires nos envuelve en su antigua magia.
Todo sigue
siendo tan entrañable y claro.
En mi
corazón lo veo a él.
Publicado en revista Sudestada, Año 4 N° 32,
setiembre
2004, Buenos Aires, Argentina