El tango es un género de una comprobada amplitud expresiva, característica distintiva respecto de otros ritmos.
El signo que caracteriza a la era postpiazzollana es, justamente, el de permitir, sin etiquetamientos ni batallas campales, como ocurrió en el pasado, a mediados de los cincuenta/sesenta entre tradicionalistas y renovadores, el arribo de nuevas miradas de manera pacífica. La llegada de músicos de diferentes formaciones, conceptos musicales, instrumentos y sonoridades, tanto locales como extranjeros, ha permitido correr las fronteras interpretativas y creativas del género. Un elocuente signo de vitalidad y de buen augurio. El tango es un género vivo que motiva y exige preguntarse no sólo cómo se sigue sino de qué maneras.
Partiendo de aceptar que más que formular vaticinios el camino resultará del que se haga andando. Ante esta disyuntiva caben las corrientes diferentes. En buena medida viene ocurriendo tanto en la ejecución o experimentando con los repertorios de la llamada guardia vieja. Aquellos temas que, tanto por la formidable melodía como por su poesía, han contado con el reconocimiento de generaciones de tangueros y de públicos vuelven a ser ofrecidos en nuevas versiones, arreglos y orquestaciones. Si bien hay músicos y letristas que arriesgan y experimentan nuevos caminos en la búsqueda de alcanzar el reconocimiento por parte del público, continúa siendo parte de la deuda pendiente: volver a seducir al gran público y que se encuentre expresado en nuevas obras.
El rock argentino gestado ante un escenario de repliegue del tango en medio de
luchas sobre quién lo hacía en verdad y quién no, como así de una actitud, en
gran parte del mundo tanguero, cerrada a toda innovación. Ni que hablar si
quienes intentaban algún acercamiento se los consideraba descalificadoramente “melenudos” y lo que podían hacer era solo
“tachín tachín”, el intento
naufragaba y era expulsado a exilarse en playas alejadas del tango. No son las
únicas causas. Existieron tanto internas como externas. Propias de un momento
de reformulación del paradigma cultural, no solo del tango sino de las músicas
populares en general frente al expansionismo musical extranjero como del gran
cambio tecnológico posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esto no fue
impedimento para que, aún de manera aislada, se buscaran ciertos acercamientos
entre expresiones del ambiente rockero y el del tango. No fueron exitosos.
Debía atravesarse el desierto para comenzar a tomar dimensión de las
posibilidades de que se extinguiera el género y se perdiera su producción
artística si continuaba primando una especie de fundamentalismo.
Los tiempos han cambiado sustancialmente. Interactuar o desarrollar
experiencias propias o ajenas se suceden auspiciosamente para el futuro del tango con
suertes diversas, estableciendo una nueva plataforma de formulaciones, más
amplia y ecléctica.
El mayor
exponente actual del heavy en nuestro país, Ricardo Iorio (Ciudadela, Argentina,
25 de junio de 1962) logró convertir en disco una serie de interpretaciones de
tangos “duros” acompañado de las guitarras
de los hermanos Cordone -Juan
Carlos y Jorge-, discípulos del inolvidable Roberto Grela. Pablo Ziegler, el
último pianista de Astor Piazzolla, participa de “No la quiero más”, el tango de Alberto Mastra.
En época de Hermética,
Iorio ya había incursionado en el repertorio tanguero junto al grupo nada menos
que con “Cambalache”, el
tango de Santos Discépolo. Posteriormente, registró “Desencuentro” página
musical firmada por Troilo y Cátulo Castillo,
Iorio un incansable
luchador de la música nacional, en su versión heavy, logró plasmar su mundo y
comprensión del mismo seleccionando un repertorio de temas reconocidos en el
gusto popular y que fueran versionados desde Ignacio Corsini pasando por
Edmundo Rivero y Julio Sosa. Escuela interpretativa que le permite ser alojado
en su personal decir tanguero, de corte canyengue. El álbum puede ser escuchado cliqueando acá.
Valoramos la selección
de temas, muchos de ellos alejados de la escucha habitual en los medios. Un
exponente como Iorio decida incursionar en tangos y milongas orilleras refresca
la escucha de los jóvenes, en buena parte, favoreciendo un acercamiento de las
nuevas generaciones a las bibliotecas musicales que cincelaron el corpus
musical argentino hasta por preguntarse quién fue Gabino Ezeiza en el éxito de
la década del ’30 de Ignacio Corsini, “El
adiós de Gabino Ezeiza”, de Maciel y Blomberg, que inicia el disco.
Esforzándose en alcanzar el decir tanguero ya no con la
rítmica heavy sino con el acompañamiento de solamente guitarras acústicas lo
expone a registros no habituales saliendo de los mismos con suerte diversa. “Martirio”, de Santos Discépolo; la
milonga “El último viaje”, de Araya
que cantara Rivero; “Vieja recova”,
de Sciammarella y Cadícamo; “No te apures
Carablanca”, tango de Garza y Bahr, que también dejaron grabado Fiorentino y
Julio Sosa resaltan la selección del repertorio.
Valorable experiencia, donde más allá de la satisfacción
personal de los artistas es una provechosa búsqueda de reinterpretar el
cancionero pasado, aportando a su difusión y conocimiento y además que sirva como una forma de aportar a la síntesis
musical entre intérpretes, estilos y géneros posibles experimentando puntos de
encuentro como una de las manera de vitalizar al tango.