El rito prohibido en la “casita” de Laura (*)
León Benarós(**)
Laura y María la Vasca monopolizaban, casi, la leyenda mayor
de las casas de baile en el Buenos Aires de comienzo del siglo veinte. En
Paraguay 2512 estaba la suntuosa casa de la famosa Laura. En sus cuarenta y
cinco años bien llevados Laurentina Montserrat, tal su verdadero nombre, era
muy matrona, alta, más bien gruesa, morocha, buena moza, de negros cabellos que
peinaba en bandó, de ojos oscuros y
aire distinguido. Tenía un verdadero savoir
faire y, enérgica y suave a la vez, su voz insinuaba una discreta
modulación provinciana, quizá mendocina, casi imperceptible, que le daba
gracia.
Tuvo una hija que cuidaba como a una joya y diversas
entenadas, que recogió con bondad, dándoles educación y aún casándolas bien.
Algún deslumbrante pendantif
la mostraba soberbia de brillantes legítimos que centellaban también en sus
anillos y brazaletes, Llevaba al cuello una larga cadena de oro, que remataba
en un pequeño reloj, de oro también, el que guardaba en el bolsillo superior
del bolsillo. Culta y distinguida, no le faltaba su abono al Colón, donde
alzaba su lujoso impertinente que llevaba a los ojos con gesto lleno de natural
señorío.
Laura deslumbraba, ciertamente, cuando aparecía. Se
mostraba de pollera larga y estrecha, con algo de cola, cubierta con lujosa matinée, especie de casaca suelta, llena
de encajes y de cintas que aparecían y desaparecían bajo el fino entredós.
Su casa era lujosa. La sala –escenario de los bailes
famosos- lucía sus grandes espejos, sus altos jarrones, sus cuadros y sus
decorados. Más allá,estaba el dormitorio de la dueña , en la que la amplia cama
elevaba su dosel de liviana muselina de seda. Muebles franceses, pieles blancas
sobre el encerado piso y un soberbio quillango sobre el dilatado lecho
remataban tanto lujo.
Hacia atrás, en los altos, estaban las habitaciones de la
hija de Laura que, casi en secuestro, espiaría con ojos azorados, desde la alta
baranda, la llegada de elegantes señores y mozos diablos y paseanderos dispuestos
a entregarse en aquel ambiente, con sibarítica gravedad, al entonces prohibido
rito del tango.
No se ha podido determinar cuándo cesaron los bailes de
Laura. En 1915 se daban todavía. Milonga fina en lo de Laura. Por cierta fina,
exquisita, perfumada de extractos franceses y exornada por el burbujeante
champán de origen semejante, que ardía en las venas con suave calor, incitando
al placer exótico que los extremos refinamientos traían a un Buenos Aire apenas
desperezado del aburrimiento colonial.
(*) La Maga, revista de cultura, Homenaje al tango, N°4, agosto de 1994,
Buenos Aires
(**) Mercedes 1915 - Buenos Aires 2012; Abogado, poeta, escritor