"Punto de Vista" fue una publicación cultural bajo la dirección de Beatríz Sarlo, que dejó de aparecer en el 2009. En oportunidad del Bicentenario de la República (1810-2010) publicaron una serie de artículos sobre el cierre de época y las consideraciones del ingreso a la nueva centuria bajo el nombre de "El juicio del siglo". El tercero de esos trabajos le correspondió a la evolución del tango firmado por Rafael Filipelli y Federico Monjeau quienes elaboraron un extenso artículo donde recorren la evolución crítica del género desde la mirada de las orquestas y sus cantores.
A continuación lo reproducimos con la posibilidad que permiten las herramientas sociales de difusión. A las menciones que realizan los autores sobre estilos y matices de temas u orquestas facilitamos un enlace resaltado para acceder a la referencia que analizan.
Tercer artículo de la serie “El juicio del siglo”
A continuación lo reproducimos con la posibilidad que permiten las herramientas sociales de difusión. A las menciones que realizan los autores sobre estilos y matices de temas u orquestas facilitamos un enlace resaltado para acceder a la referencia que analizan.
Luna Park, baile de Carnavales en la década del cuarenta |
Tercer artículo de la serie “El juicio del siglo”
Fue lindo
mientras duró
Contribuciones a
una crítica del tango
Rafael Filippelli y Federico
Monjeau
I
Asistimos hoy a un paroxismo del
tango en la Argentina, tal vez en el mundo entero, a pesar de lo cual no es
fácil decidir sobre la vitalidad del género. Es evidente que el tango ha vuelto
a ocupar un lugar fundamental en el reparto mundial de bienes culturales y
atracciones, y es probable que al interés que desde hace más o menos dos
décadas viene sumando la música de Piazzolla entre intérpretes clásicos y
jazzistas se haya sumado ahora la posición privilegiada de la Argentina como
plaza del turismo, donde eventualmente el tango forma un sistema con el bife de
chorizo y algunas otras cosas más.
Pero ese paroxismo domina no sólo las formas del consumo sino también las de la producción cultural. Hoy el tango es una red omnipresente dentro de lo que se inscriben discursos de origen muy variado (1.- En este sentido es particularmente significativo el caso de “Raptos”, la microópera de Edgardo Cozarinsky encargada por el Centro de Experimentación del Colón y presentada en octubre de 2005 en el subsuelo del teatro. La obra está centrada en la ejecución en vivo del bandoneonista Pablo Mainetti. Son tres episodios (“raptos”), cuyo tema común, según el programa es la pulsión entre Eros y Tanatos. Se ven, en realidad, como tres estampas porteñas, tres dúos coreográficos (compuestos por Marcelo Carte y bailados por Sofía Mazza y Gonzalo Heredia) que más allá de su pretendida estilización, no escapan de la estética del gran espectáculo tanguero, como si del espacio de la ópera experimental hubiésemos pasado súbitamente a un restaurante de Puerto Madero).
Al tango se acercan o se consagran no sólo legiones de turistas sino también sectores sociales y generaciones que habían permanecido tradicionalmente distanciados del género.
Después de décadas de desencuentro, apenas mitigado por hechos aislados como por ejemplo la reivindicación de Mariano Mores por parte de Spinetta (que grabó“Gricel”), hoy en la Argentina se experimenta una especie de gran reconciliación: la de los jóvenes con el tango. Lo escuchan y lo tocan, como se puede comprobar con la proliferación de orquestas noveles. El recambio alcanza a las generaciones y los sexos, por lo que no debe sorprender que en la tradicionalmente masculina fila de bandoneones de la nueva Orquesta Escuela que dirige el veterano Emilio Balcarce haya hoy nada menos que tres mujeres.
Emilio Balcarce dirigiendo la Orquesta Escuela, en el Teatro Colón |
La reconciliación es, desde luego, una reconciliación con el pasado, y esto es perfectamente comprensible dado el triste camino que tomó el tango en su perspectiva pospiazzolliana, saturada de clichés. (3.- Como se pudo verificar tanto en las formas lentas del tango balada, como en los ritmos acentuados en 3 + 3 + 2, en ciertos portamentos y efectos percusivos sobre la madera o la caja de los instrumentos, en el lineamiento melódico general y en el gusto por ciertas progresiones melódico-armónicas que son también propias de la música barroca. Durante mucho tiempo pareció que no se podía pensar el tango sin esa red en la cabeza, aun cuando ella no se representara de manera completamente transparente).
Tal vez el giro comenzó a producirse tras la muerte de Piazzolla y maduró en la década del 90. Sea como fuese, en un momento dado el tango comenzó a desandar la perspectiva piazzolliana y volvió su mirada a modelos orquestales e idiomáticos antiguos, no solo al de la orquesta típica sino también a los conjuntos chicos de la música criolla, y los dúos de bandoneón y guitarra. En este sentido resultan ilustrativos los últimos movimientos de Rodolfo Mederos (bandoneonista que antes de formar sus propios grupos fue instrumentista y arreglador de la orquesta de Pugliese), un músico del corazón del tango y a la vez notoriamente impelido por una idea de renovación, cuyo actual retorno a la orquesta típica, cantor incluido, y simultáneamente a la forma chica del bandoneón y guitarra (con Colacho Brizuela), describe una tendencia significativa en el interior del tango.
Roberto Goyeneche y Aníbal Troilo |
Como cierto estilo arcaizante ha dejado también su marca en algunos
vocalistas, lo que es también perfectamente comprensible dada la saturación
expresiva que se produjo en la senda patética del Goyeneche tardío, que recogió
militantemente el frente femenino y tuvo una de sus representaciones más
notorias en Adriana Varela. Llegó un momento en el que el tango pareció tener un
solo y único representante de la línea belcantista, Luis Cardei, al que un
grupo de intelectuales, en un movimiento que es un perfecto símbolo en sí
mismo, llevó de una oscura parrilla de San Cristóbal al escenario de la
librería Gandhi.
El estilo arcaico deja su marca, pero los nuevos vocalistas se enfrentan con el problema de la ausencia de una escuela. La perspectiva historicista que hoy domina en la interpretación clásica y en buena parte del jazz, aunque la reconstrucción histórica en este caso encuentra un obstáculo infranqueable en el género cantado, en la medida en que la gran escuela de canto no fue otra que la orquesta.
Carlos Di Sarli desde el piano |
Pero no sólo han desaparecido Troilo y su orquesta. También ha desaparecido el público. Uno debería preguntarse a quién le cantan los cantores. Por un lado, el revivido salón de baile no conserva demasiado efecto de verdad; por el otro, ya no se cuenta con el decisivo espacio de la radio, donde las orquestas actuaban en vivo, en programas que sin duda eran los más escuchados del día, que un locutor como Antonio Carrizo podía introducir con una adecuada y entusiasta vibración: “Troilo se escribe con T de Tango”.
Tampoco la composición está en alza, lo que no es nuevo, y es indudable que Piazzolla fue el último gran compositor que tuvo el tango. Si es cierto lo que dice Adolfo Sierra (en uno de sus estudios publicados por Corregidor sobre los orígenes del género), acerca de que la interpretación del tango, desarrollada sin mayor profesionalismo, nació muy atrasada respecto a la composición, también lo es que la primera no tardaría en desarrollarse hasta dejar a la segunda un poco rezagada. El tango tiene sus “standards”, una lista amplísima con ejemplares de extraordinaria calidad, pero la riqueza y tal vez incluso el progreso histórico del género están más centrados en la interpretación que en la composición misma. Esta es una de las diferencias existenciales entre el tango y el folclore, donde las exigencias técnicas de la interpretación son menos decisivas y donde a todas luces se sigue componiendo. Quizás en un momento una forma tan tipificada como el tango dejó simplemente de admitir más novedades y todo progreso compositivo debió asumir la forma de una ruptura, que fue lo que Piazzolla ensayó de diversas maneras y con diversos resultados.
II
Orquesta de Julio De Caro |
Puede pensarse que Piazzolla desarrolla y lleva a un punto de no retorno el modelo orquestal heredado de Julio de Caro, la matriz del tango moderno, que es al género orquestal lo que Carlos Gardel es al tango cantado. (4.- Estas notas no toman en consideración el período del tango que va de sus orígenes hasta mediados de la década del veinte. En nuestra opinión, el tango se convierte en una música significativa desde el punto de vista artístico recién con la aparición del Sexteto de Julio De Caro. Por eso sólo nos referiremos al período moderno del tango).
Hot Five de Louis Armstrong |
En el sexteto de De Caro se plantean las variables fundamentales del tango moderno: fila de violines, fila de bandoneones, piano y contrabajo. Es el esqueleto de la orquesta típica, que después va a progresar a cuatro instrumentos por fila, más violonchelo y viola. Violines y bandoneones alternan las líneas principales, con el característico contracanto en los violines (ejemplarmente desarrollado en el segundo violín de la orquesta de De Caro), y con los bandoneones marcando la subdivisión en cuatro tiempos, el raso rítmico principal del tango moderno que De Caro termina de plasmar. No menos decisivo es un elemento heredado de Cobián: la función del piano como corazón de la orquesta de los hermanos Julio y el pianista Francisco (además de Emilio en el segundo violín). Es común que la mano izquierda doble la línea del contrabajo, pero el piano no sólo cumple funciones rítmicas o de bajo sino también melódicas, ornamentales, de enlace, de relleno, además por supuesto de sus partes solistas; el piano es el elemento de circulación y relevo permanente. Pero además en el sexteto de De Caro hay una formulación más camarística, con voces individualizadas y con dos bandoneones que no siempre marchan al unísono sino que se despegan de una manera muy expresiva. Esta situación se continuará de modo evidente en las orquestas de Troilo y, sobre todo, de Pugliese, cuyos dos primeros bandoneones durante la década del cuarenta, Osvaldo Ruggero y Jorge Caldara, solían cambiar su postura y se enfrentaban en un duelo no menos emocional que virtuosístico.
Miguel Caló y su formación orquestal |
Orquesta Francini-Pontier |
Los arregladores cambian pero el sonido de la orquesta permanece, y evidentemente ese sonido está vinculado de modo muy fuerte con el instrumento del director. En la orquesta de De Caro, ya poseída por el espíritu pianístico de Cobián, la dirección era virtualmente compartida por Julio y Francisco. En el tango el piano es el alma de la orquesta, pero es evidente que su protagonismo rivalizará con el del violín en la orquesta de Gobbi; el violín de Gobbi no solo se expresa en forma individual sino también en un sentimiento melódico generalizado y en un sentido de la ornamentación y el detalle que tal vez sólo alcanzaría a ser superado por Salgán. El piano da la forma orquestal en Di Sarli; la diferenciación que encontramos en el registro alto de la aristocrática orquesta de Gobbi ocurre en el grave en la orquesta arrabalera de Di Sarli. El piano de Di Sarli introduce cierto vértigo en una orquesta de sonido más bien homogéneo. También el piano tiene su importancia en Pugliese, pero la rítmica de Pugliese tiende a estabilizarse en una fórmula. (6.- Yumba es la onomatopeya que más precisamente la describe. En un compás en cuatro tiempos, yum define el acento con arrastre en el primero y ba, la caída en el tercero. La onomatopeya divide el compás en dos acentos, fuerte-débil, aunque débil quiere decir en este caso que el tercer tiempo está levemente menos acentuado que el primero. El tercer tiempo es invariablemente muy marcado en la orquesta Pugliese, lo que no quiere decir que la marcación (la fórmula) no tenga sus matices y sus microvariaciones. El particular sentimiento rítmico de la orquesta de Pugliese queda bien retratado en el arreglo de “La Yumba” que realizó Emilio Balcarce para la Orquesta Escuela, con el pedal grave del piano que se reitera sobre los tiempos 2 y 4 del compás, ofreciendo una inestable estabilidad).
Como la de Gobbi, la orquesta de Troilo está dividida entre dos instrumentos líderes, el piano y el bandoneón, aunque aquí la polaridad es mayor porque el gran efecto expresivo de la orquesta descansa en el instrumento del director, y verdaderamente se trata de un descanso: cuando aparece el bandoneón de Troilo invariablemente la música se frena. Troilo detiene la música: es como si la entrada histórica del bandoneón en el tango, con el objeto de ralentarlo, diera en Troilo otra vuelta de tuerca. Es extraordinario el efecto de suspensión que producen dos notas de Troilo, y es notable como a veces los jazzísticos pianos de su orquesta tienden a acelerar lo que el bandoneón retrasa. (7.- La forma jazzística culminará en el período en que Osvaldo Berlinghieri fue pianista y arreglador de Troilo (es interesante comparar, aunque el arreglo no cambia notablemente, las marcadas diferencias en las interpretaciones de Goñi y Berlinghieri en las dos versiones de “Quejas de bandoneón” por la orquesta de Troilo).
El tempo era de Troilo, por
supuesto, algo que no estaba escrito en los arreglos, como así le arreglaba sus
vertiginosas síncopas. Por eso el arte
de la interpretación en el tango se desarrolla en dos frentes: el arreglo y la
ejecución, lo escrito y lo no escrito. Generalmente los arreglos marchan a la
par del director, se arregla para el estilo de una orquesta, aunque no
siempre esos son así. Surge de inmediato el ejemplo del arreglo de Argentino
Galván para la orquesta de Troilo de “Recuerdos de Bohemia”, de 1946, cuyo
vanguardismo debe de haber puesto muy a prueba los límites de Troilo. En cierta
forma Galván pone la estructura del tango patas para arriba, y desarrolla un
planteo de apertura en el más puro estilo de música de cámara, confiado a la
cuerda. Es como si se tratase sólo de una evolución de la vida bohemia y como
si efectivamente el recuerdo de Bohemia nos llevase a un paisaje centroeuropeo,
al Moldava, con una introducción del violonchelo de exquisita ambigüedad tonal.
La presentación del tema principal tampoco será del todo cristalina; la melodía
permanece intacta, pero sostenida por armonías más bien ásperas, y ya en la
primera reiteración de esa feliz frase inicial de dos compases (8.- “Fui tua-mor pri-me-ro tu Manón y tu
Griseta / Fui lains-pi-ra-do-ra de tus sue-ños de poe-ta”). Los segundos violines
introducen un tenso contrapunto. Las cosas parecerían estabilizarse cuando el
bandoneón solista entra con la segunda parte, pero no es del todo así. Se
seguirá oyendo una especie de obertura orquestal, y muy para el final está
reservada la entrada del cantor Alberto Marino. Uno no puede dejar de imaginar
lo que pensaría no sólo Troilo sino, principalmente, el pobre Marino, a quien
se le concede sólo una pasada en la segunda parte del tango, poco más de
treinta segundos dentro de una interpretación de cinco minutos y medio, como si
el modernismo del arreglo retrotrayese al cantor de orquesta, que vivía todavía
su época de oro, al primitivo estadio del estribillista. Ya está en ciernes la expulsión del cantante que se concreta
más tarde con Piazzolla.
Esa radical formulación de Argentino Galván pone de manifiesto que desde los cuarenta el verdadero laboratorio
compositivo del tango es la instancia del arreglo. El tango se sigue
componiendo no tanto en las piezas propiamente dichas como en los arreglos, lo
que por supuesto no quiere decir que músicos como Piazzolla o Salgán no
siguiesen aportando algunas piezas magistrales. Los arreglos no necesariamente
tenían que introducir la violencia de Galván; muchas veces eran estilizaciones
que transformaban expresivamente los elementos del original. Surge el
ejemplo de un maravilloso tango de Gobbi, “Orlando Goñi”, en la versión de la
orquesta de Pugliese de 1965, donde la sección del trío es reelaborada de una
manera ampliamente lírica, no solamente por la intervención de los violines
sino también por la suspensión de los bandoneones: primero uno y luego dos, que
se bifurcan en el mejor estilo del sexteto de De Caro.
Horacio Salgán, en el piano |
Salgán diversificó la orquesta
sin sacrificar el color del tango, con los efectos de percusión creados por los
propios instrumentos, como la chicharra o el papel de lija en los violines, los golpes de arco,
las batidas en la madera del piano o en la caja del bandoneón; una percusión,
por decirlo así, desde adentro de la orquesta, sin batería. En un momento
Salgán resolvió incorporar el clarinete bajo, ya que este instrumento se funde
bien con los bandoneones y aporta el espesor a la línea de bajos que requería
su finísimo sentido de equilibrio. Nótese que el clarinete bajo no se oye en
Salgán como un instrumento individual, sino en fusión con los bandoneones. Para
Salgán el tango tiene un límite en la forma y también en el sonido. Su
concepción orquestal se ubica en las antípodas de esa otra sinfonista que tiene
su origen en Francisco Canaro y su culminación fáustica en Mariano Mores.
Osvaldo Fresedo con su orquesta y vibráfono |
III
A Salgán se le debe esa ocurrencia paradójica, según la cual él siempre
había querido entrar en el tango, mientras que Piazzolla siempre quiso salir.
No es una mala imagen la de Piazzolla como un león enjaulado. En Piazzolla,
efectivamente, todo parece provenir del tango. El solo de violonchelo de
“Inspiración” en el arreglo que él hizo para la orquesta de Troilo suena poco
convencional para la época, pero es esencialmente tango. Sus arreglos de 1947
para su propia orquesta con Francisco Fiorentino no introducían extrañezas
idiomáticas de Galván. En todo caso Piazzolla acorralaba al cantor con un
exceso de actividad melódica orquestal, y la volátil contramelodía de los
violines en la versión de “Viejo ciego” es un notable ejemplo en este sentido.
En Piazzolla a veces se oye estallar el tango desde adentro. Hay un interesante
testimonio sobre el rubro “influencias” que Piazzolla dejó en la contratapa de
un disco con el Octeto: “En 1954, estando
en París, tuve la oportunidad de ver y escuchar a muchos conjuntos de jazz
moderno, entre ellos el octeto de Gerry Mulligan. Fue realmente maravilloso ver
el entusiasmo que existía entre ellos mientras ejecutaban, ese goce individual
en las improvisaciones, el entusiasmo del conjunto al ejecutar un acorde, en
fin, algo que nunca había notado hasta ahora con los músicos de tango. Como
resultado de esta experiencia nació en mí la idea de formar el Octeto Buenos
Aires. Era necesario sacar al tango de esa monotonía que lo envolvía, tanto
armónica como melódica, rítmica y estética. Fue un impulso irresistible el de
jerarquizarlo musicalmente y darle otras formas de lucimiento a los
instrumentistas. En dos palabras, lograr que el tango entusiasme y no canse al
ejecutante y al oyente, sin que deje de ser tango, y que sea, más que nunca,
música”.
En su valiosa discografía crítica de Piazzolla preparada para Sony BMG, Diego Fischerman ha observado que por ese entonces Mulligan no tenía un octeto sino un conjunto de diez músicos, lo que vuelve el comentario de Piazzolla bastante aleatorio. De cualquier forma, la influencia del jazz no sería tanto material como psicológica. Piazzolla envidia el humor del jazz porque la orquesta de tango le parece un poco amarga y reglamentada; hay evidentemente algo del jazz en la forma de los solos o en las imitaciones repentistas entre su bandoneón y el piano de Osvaldo Manzi en la parte central de “Revolucionario”, con el quinteto de 1970. Y es difícil establecer si también proviene del jazz o tan sólo de su formidable intuición el maravilloso detalle instrumental que Piazzolla introduce en el tango en 1955, con el octeto: la guitarra eléctrica, con su ataque punzante, su distinción en el contrapunto, su incomparable media voz y su flexibilidad para doblar los instrumentos sobreimprimiendo un sutil efecto de electrificación en el conjunto acústico.
Es probable que del jazz Piazzolla haya tomado también cierto impulso rítmico, esa forma de avanzar un poco a los tumbos que es propia del bebop y que en la música argentina está más en la chacarera que en el tango. Pero la principal invención rítmica de Piazzolla tiene que ver con un desplazamiento del acento en el interior de la milonga, que deriva en su característica forma de ocho pulsos agrupados en 3 + 3 + 2, que introduce un principio de ambigüedad en la cerrada métrica del tango. Para decirlo un tanto esquemáticamente, el tango primitivo (o la habanera) dividía el compás en dos tiempos, el tango moderno lo divide en cuatro, Piazzolla lo divide en ocho. Hasta Piazzolla la rítmica del tango no presentaba demasiadas variantes en la métrica sino en el tempo, en los cambios de velocidad en el curso de la interpretación, donde por cierto el tango tiene uno de sus rasgos más fascinantes. Con Piazzolla, la rítmica se modifica en la composición misma, en la escritura. Piazzolla tal vez nunca haya conseguido salir del tango, pero sin duda se alejó de su coreografía. Le restó al tango un soporte material tan decisivo como el baile; eso que le producía horror a Troilo, el hecho de que las parejas dejaran de bailar y se acercasen a escuchar, era precisamente el punto de partida de la revolución piazzolliana, y esto también la acerca a la revolución del jazz moderno.
La crítica tradicionalista sobre la ausencia de melodía en la música de Piazzolla nunca tuvo ningún fundamento. Toda la música de Piazzolla está concebida en un sentido fuertemente melódico, y no pocas veces esa música cobra la forma de varias melodías superpuestas, en contrapunto. Seguramente las tempranas transcripciones de partitas para violín de Bach y el estudio de las fugas otorgaron una consistencia y un brillo adicional al generalizado giro barroco de los años 50 y 60, al que nuestro músico no permaneció indiferente. Las huellas bachianas no se advierten solamente en la conducción polifónica de las voces sino también en los solos de bandoneón, cuyos diseños y, sobre todo, sus giros ornamentales, recuerdan ciertas melodías del barroco alemán tardío, de forma parecida a lo que ocurre con el Aria del Concierto para violín deStravinski, fragmento que conserva afinidad idiomática con la música de Piazzolla. Un buen ejemplo de esta forma barroca puede encontrarse en la “Introducción al Ángel”, grabado con el quinteto en 1962. Hay otras veces en que la forma barroca degenera en algo demasiado edulcorado y convencional, especialmente en ciertas progresiones armónico melódicas; la coda de “Invierno porteño” en la grabación de 1970 con el quinteto es un ejemplo entre otros.
La melodía de Piazzolla tiene una naturaleza instrumental, no necesariamente cantable, y podría afirmarse que el estilo polifónico de sus conjuntos no fue sino una ampliación de su manera polifónica de tocar el bandoneón. Conviene volver aquí al ejemplo de “Introducción al Ángel”, que comenzaba con un contrapunto de bandoneón y violín sobre una línea de bajo; es precisamente esa forma alternada de solos, dúos, tríos, lo que Piazzolla establece a partir del octeto de 1955 y termina de definir con el quinteto de 1960, que fue en sí mismo una de las mayores revoluciones de toda la música argentina. (9.- El otro caso de un músico que quizo modificar la tradición fue Eduardo Rovira. Bandoneonista, compositor, arreglador fue durante un tiempo la versión racional de la obra básicamente pasional de Piazzolla. Sin embargo, después de un período fecundo, marcado por una clara influencia de Alfredo Gobbi (su tango “El engobbiao” es la mostración más cabal de esa influencia), se fue perdiendo en una suerte de confusión originada en su obstinado empleo de la forma camarística. El título de algunas de sus composiciones es por demás elocuente: “Policromía”, “Sónico”, “Azul y yo”, “Opus
El cantante tenía poco que hacer en este esquema. Piazzolla le restó al tango no solo el soporte del baile sino también el del canto. El cantor es expulsado, aunque de tanto en tanto vuelve a entrar por la ventana. Héctor de Rosas representa una heroica resistencia del nombre y viejo estilo, y es ilustrativo volver a oír sus grabaciones de piezas clásicas como “Cuesta abajo”, “Malena” o “Sur” en medio de los recargados arreglos del quinteto. Es la intensificación del conflicto que se vislumbraba con Fiorentino. Ya Daniel Riolobos o Roberto Yanés darán más con el giro de la época. La bombástica versión de “Cafetín de Buenos Aires” en 1962, Yanés y la orquesta de ¨Piazzolla, señala la irremediable decadencia del tango cantado. Es la época en que el tradicional cantor de orquesta se transforma en cantor solista, la pista de baile es desplazada por el café concert y el antiguo fraseo rítmico es reemplazado por el estilo de balada.
IV
El violagambista y director de música Jordi Savall concedió al Orfeo de Claudio Monteverdi el puesto no
sólo de ejemplar inaugural del género operístico sino de ejemplar insuperado,
ni siquiera por la posterior Poppea
del propio Monteverdi. “Créame –aseguraba Savall en una entrevista personal-,
después del Orfeo la ópera empieza a
declinar”. Sin caer en el inquietante fanatismo historicista de Savall,
podríamos decir que el tango también tiene su fijación arcádica: Carlos Gardel
estableció tan acabadamente el modelo y su voz se apagó en un estado tan
perfecto, que es como si la decadencia del tango cantando no comenzara hacia
fines de 1950, que es cuando realmente tiene lugar, sino en 1935, con el
accidente de Medellín. Se trata efectivamente de un ilusionismo.
Debe convenirse en que, si bien Gardel no es el único modelo posible en
la tradición del tango cantado o, en todo caso, no es la única orientación, la
mayoría de los grandes cantores posteriores fueron gardelianos. Ahora bien,
cantor gardeliano quiere decir, por un lado, cantor con un caudal importante de
voz y una cierta impostación que no olvida el valor de la letra, aunque sepa
que lo que esconde es la música; y, por el otro, quiere decir cantor
“melódico”, capaz de cantar un poco por encima del tiempo marcado; para el
cantor gardeliano la expresión es una cuestión de naturaleza musical, de
dramaturgia mesurada.
Jorge Casal |
Alberto Marino |
Edmundo Rivero |
Raúl Berón |
Si el modelo gardeliano tuvo una encarnación tan plena en Raúl Berón con las formas “débiles” de la música criolla, que corrigen naturalmente cierta grandilocuencia del tango ciudadano. Es conocida la reacción de Caló cuando Armando Pontier le presentó a Berón en 1939: “Yo necesito un cantor de tangos no un folklorista” (el pianista Osmar Maderna convenció al director de que esa era la voz ideal para grabar “Al compás del corazón” y “El vals soñador”). En efecto, Berón cantaba como un folklorista fino por la tersura melódica y por el sentido de la ornamentación: el bordado justo en el momento justo.
Berón tenía una voz más oscura que Gardel –un barítono alto, que podía
llegar cómodamente a las regiones de tenor- aunque el timbre es un aspecto
entre otros en el estilo.
Es necesario detenerse un poco en la cuestión del timbre y el registro de las voces, que en el tango se maneja con comprensible imprecisión. La definición del registro en el tango no debería ser transpuesta directamente de la ópera, ya que en la ópera los roles y las tesituras se definen dentro de un sistema de oposiciones: el tenor se mueve en el registro alto pues se diferencia musical y dramáticamente del barítono. Es, además, de una cuestión de técnica vocal, una estructura musical expresiva y psicológica, que hace que efectivamente los distintos roles se conserven como funciones específicas. El tango ha dado pocos tenores puros, aunque buena parte de los cantores hasta los años 50 tienen un color atenorado; son barítonos que suelen sonar como tenores, y por eso la expresión barítono atenorado, poco científica, es apropiada para el tango.
Es necesario detenerse un poco en la cuestión del timbre y el registro de las voces, que en el tango se maneja con comprensible imprecisión. La definición del registro en el tango no debería ser transpuesta directamente de la ópera, ya que en la ópera los roles y las tesituras se definen dentro de un sistema de oposiciones: el tenor se mueve en el registro alto pues se diferencia musical y dramáticamente del barítono. Es, además, de una cuestión de técnica vocal, una estructura musical expresiva y psicológica, que hace que efectivamente los distintos roles se conserven como funciones específicas. El tango ha dado pocos tenores puros, aunque buena parte de los cantores hasta los años 50 tienen un color atenorado; son barítonos que suelen sonar como tenores, y por eso la expresión barítono atenorado, poco científica, es apropiada para el tango.
El registro constituye un punto de inflexión en el desarrollo histórico del tango. Con la desaparición del cantor de orquesta desaparece al mismo tiempo un tipo de registro (exigido naturalmente por la orquesta, a la manera de un instrumento privilegiado). Y esa desaparición involucra una importante cuestión rítmica. Hay una expresión tradicional en el tango que es “cantar a compás”. Cantar a compás quiere decir no abandonar el ritmo de la orquesta; lo que no significa, por supuesto, que el cantor no atrase o adelante creando una contracorriente o un efecto suspensivo, que naturalmente en ciertos puntos de la pieza volverá a encuadrarse con la orquesta. Gardel era, entre otras cosas, un maestro de la precipitación, como lo revela ejemplarmente su versión con guitarras de “Viejo smoking”.
Y aunque sus voces no deban ser pensadas con las categorías de la ópera,
es evidente que el tango también tendrá su página verista: a partir de los años
60 se reclaman voces en concordancia con la nueva sensibilidad.
Raúl Lavié es un nuevo modelo expresivo, como también Yanés. Se prefiere el registro grave, pero en una dirección contraria a la tradición del bajo bufo que Rivero encarnó admirablemente. Se prefieren voces graves por la sencilla razón de que nadie habla a la manera de un tenor. Los cantores de tango se convierten en baladistas, con la convicción de que para cantar de una manera acorde con la vida ni siquiera se requiere mucha técnica; en lugar de la técnica aparece la gesticulación y una dudosa idea de buen gusto. En el tango aggiornado y la ideología del medio melón en la cabeza, el cantor gardeliano ya no tiene nada que hacer; es así como la expresión “cantor gardeliano”, que sin ser imprecisa era tal vez demasiado amplia en los 40, se convierte en un término crítico frente a la ideología que exuda el tango a partir de los 60. Evidentemente la modificación del estilo de canto tuvo que ver con la modificación del escenario, de la pista de baile o el pasaje del cabaret al café concert, y la pérdida del baile seguramente fue fatal para la tradición de cantor “a compás”.
Raúl Lavié es un nuevo modelo expresivo, como también Yanés. Se prefiere el registro grave, pero en una dirección contraria a la tradición del bajo bufo que Rivero encarnó admirablemente. Se prefieren voces graves por la sencilla razón de que nadie habla a la manera de un tenor. Los cantores de tango se convierten en baladistas, con la convicción de que para cantar de una manera acorde con la vida ni siquiera se requiere mucha técnica; en lugar de la técnica aparece la gesticulación y una dudosa idea de buen gusto. En el tango aggiornado y la ideología del medio melón en la cabeza, el cantor gardeliano ya no tiene nada que hacer; es así como la expresión “cantor gardeliano”, que sin ser imprecisa era tal vez demasiado amplia en los 40, se convierte en un término crítico frente a la ideología que exuda el tango a partir de los 60. Evidentemente la modificación del estilo de canto tuvo que ver con la modificación del escenario, de la pista de baile o el pasaje del cabaret al café concert, y la pérdida del baile seguramente fue fatal para la tradición de cantor “a compás”.
La autocrítica del tango llegó al corazón de la forma cantada, y de este
modo se vuelve necesario revivir antiguas historias. Sólo así puede entenderse
que un crítico tan agudo como Jorge Andrés se lance a comparar el pase de
orquesta del cantor Ariel Ardit con la ultracompetitiva situación profesional
de los cantores del cuarenta. (11.- La
Nación, Buenos Aires, 2 de octubre de 2006). Ardit es un cantor respetable,
pero sus registros con orquesta dejan mucho que desear. En rigor, hoy nadie
sale bien parado de esta experiencia, a no ser que se trate de esas simpáticas
incrustaciones como las del cantaor flamenco Miguel Poveda en la orquesta de Mederos, precisamente por su excentricidad y por una temperatura emocional que
ya no es posible transmitir con los medios retóricos del tango. Se ha perdido
un equilibrio y recomponerlo es imposible. No están las orquestas, no está el
ambiente; en algunos casos queda la memoria. Es muy seguro que cuando Cardei
cantaba tuviese una vieja orquesta en la cabeza, generalmente la de Miguel
Caló, pero también la de Ricardo Tanturi e incluso la de Alfredo De Angelis. (12.- En su versión de “Tarde gris”,
Cardei no sigue la versión de Gardel sino la de Floreal Ruiz, con la orquesta
de Basso. Del mismo cuando cantaba “Bajo un cielo cubierto de estrellas”
parecía escuchar la orquesta Caló y cuando decía “Charlemos” oía a Di Sarli).
La voz aparece imposible de reconstruir, tal vez precisamente por ser el instrumento, el nudo o la vibración más emocional del tango. En los cantantes se siente doblemente la general condición espectral del tango de hoy. El tango interpretado por las orquestas de los cuarenta y cincuenta, donde se desempeñaban como vocalistas veinte o treinta cantores que iban de los muy bueno a lo excepcional, ha sido junto con el jazz la mejor música popular del siglo pasado. Un conjunto de situaciones concurrentes fueron marcando su progresiva a implacable decadencia; ya a fines de los años cuarenta, la finísima interpretación de “Ninguna” de Alberto Castillo había cedido su lugar a la chabacana “Por cuatro días locos”, que fue su hit en los años cincuenta. (13.- Ver Emilio de Ipola, “El tango en sus márgenes”, Punto de Vista N°25, Buenos Aires, diciembre de 1985).
De ahí en más, salvo la lucha desesperada de Troilo, Pugliese o Salgán, todo fue para peor. La conciencia de haber salido del centro de la industria cultural llevó a verdaderas caricaturas musicales. Una muestra de ello era el propio Castillo cantando “pa’ que sepan todos los mozos de ahora, cómo se hizo el tango canción de arrabal; esos que hoy prefieren los rockes y mambos…”, para no mencionar el mal gusto de prácticamente de todos los tangos cantados por Alberto Echagüe en la orquesta de Juan D’Darienzo durante las décadas del cincuenta y del sesenta.
Un párrafo aparte merece el cantor Julio Sosa, apodado “el varón del
tango”, que constituyó un gran malentendido. Después de haber pasado por las
orquestas de Francini-Pontier, Francisco Rotundo y Armando Pontier, encasillado
en una suerte de cantor de carácter, machista y arrabalero, decide a fines de
la década del cincuenta y hasta 1964, fecha de su muerte, crear su propia
orquesta dirigida por un músico muy fino: Leopoldo Federico. Su éxito fue
fenomenal debido, entre otras cosas, a su participación en la televisión. Para
ese momento se vivió la ilusión de un renacer del tango, y es conocida la
humorada de Goyeneche: “Si Sosa no
hubiese muerto yo seguiría manejando un colectivo”. Lo más curioso del
malentendido fue el hecho de que un conjunto de intelectuales que habían
aprendido a jugar al truco en las playas de Villa Gessel fueron los más entusiastas
defensores de un cantor en vulgar que, como se dijo en algún momento, tosía
mientras cantaba.
De ahí en más, y hasta hace unos pocos años, el tango desapareció de cualquier horizonte musical. Primero volvió como un revivido entusiasmo coreográfico que todavía perdura; más tarde, de la mano de unos jóvenes músicos que se volcaron hacia el género en dos direcciones: por un lado, conjuntos que incorporaron saxos y baterías en una fusión híbrida y lavada; por el otro, nuevas orquestas que tocan los arreglos de Caló o de Pugliese de la década del cincuenta. En el mejor de los casos, el tango es hoy una bien intencionada arqueología.
Punto de Vista N° 86, diciembre de 2006