Las orquestas
típicas
Por Luis Adolfo Sierra (*)
Entre los primeros músicos del tango que se sintieron
atraídos por la influencia del conservatorio, se contó un adolescente
bandoneonista conocido por el pibe de La
Paternal. Era Osvaldo Fresedo.
Sensible siempre a toda forma de superación, supo evolucionar siguiendo el
ritmo del tiempo. Ese es, acaso, el rasgo más saliente de la personalidad
artística de Osvaldo Fresedo. Con ese elegante señorío musical, que
invariablemente mantuvo a través de medio siglo de constante perfeccionamiento
sonoro, fue incorporando a su conjunto –en sucesivas etapas de evolución- todos
los recursos de la técnica orquestal, sin perder jamás la fisonomía de un
estilo y de un sonido que le son inconfundiblemente propios. Desde sus
comienzos, los más calificados instrumentistas se han sucedido en la
integración de sus filas. Dentro de ese sello distintivo, una rara ductilidad
para asimilar las diversas manifestaciones de las formas musicales
evolucionadas, impone la consideración de la orquesta Osvaldo Fresedo en todos
los momentos de la transformación musical del tango, ya que es necesario
ubicarlo como protagonista cabal de cada una de las etapas de desarrollo del
mismo.
En el primer conjunto que formara Osvaldo Fresedo, en 1918, con Julio De Caro, José María Rizzuti,
Rafael Rinaldi y Hugo Baralis (padre), para actuar en el Casino Pigall, se advertía ya la calidad, se advertía ya la calidad
musical y el equilibrio sonoro de su orqueta. Introdujo Fresedo efecto tan
interesantes como los stacattos
pianísimos y los crescendos ligados,
en una constante gama de matices de muy variado colorido. Concedió también
mayores motivos de lucimiento personal a los instrumentistas, incorporando los
solos de piano de ocho compases, y permitiendo a los contracantos de violín
(impropiamente denominados armonías)
una mayor autonomía de expresión, a la vez que, renovaba sus muy personales
fraseos de bandoneón en la mano izquierda. Todo dentro de un concepto orquestal
de perfecto ajuste y refinado buen gusto.
A su regreso de Estados Unidos y luego de integrar el ya
recordado Cuarteto de maestros, Osvaldo Fresedo reorganizó su orquesta.
Y definió uno de los estilos más interesantes del tango, que a través de su
casi medio siglo de actuación, conserva el mismo encanto y la misma lozanía que
le confirieron el alto grado de consideración artística con que se lo admira y
respeta.
Actuó Osvaldo Fresedo con su orquesta en el undécimo y
último baile del internado, en el
desaparecido Teatro Victoria. Compuso
para aquella ocasión un tango que tituló precisamente El once, y que obtuvo una
rápida y perdurable popularidad. Constituyó el gran éxito de la temporada de
1924 en el Abdulla Club, de la
Galería Güemes y en el Club Mar del Plata,
de la ciudad balnearia, donde actuaba la orquesta que Osvaldo Fresedo conducía
desde su bandoneón, junto a Alberto Rodríguez (bandoneón), Manlio Francia,
Adolfo Muzzi y José Koller (violines), José María Rizzutti (piano) y Humberto
Costanzo (contrabajo)
(*) Nació el 23/01/1917 en París
(Francia) y falleció el 7 de diciembre de 1997 en Buenos Aires. Fue abogado,
músico, escritor y crítico de tango. El texto seleccionado corresponde a su
obra: Tango e Historia de la orquesta típica.